Crónica del CUM: un madrazo maestro,

Este post esta dedicado a los maestros, esos inolvidables y extraños seres. El miércoles pasado fuimos a una comida a celebrar el cumpleaños de un amigo de la oficina, para mi mala suerte la comida me cayó un poco mal y mientras sacaba la humanidad por el retrete me vinieron a la memoria muchos de mis queridos mentores.

Hace mucho mucho tiempo estudié en el glorioso CUM, y ahí tuve muchos grandes maestros que me hicieron ver mi suerte los desgraciados, entre los cuales estaba el pinche Matus, la Malinche, el Cachi, la foca y muchos más pero de quien me acuerdo ahorita es de Benito que nos dió Ética. Benito (a pesar del nombre de personaje de Don Gato) era un regrandísimo viejo canijo, era exigente hasta su madre. La puntualidad era imprescindible y para mala suerte nos tocaba a las 8 de la mañana, un segundo más y nos cerraba la puerta en las narices. Teníamos ese pinche librito blanquirojo de Introducción a la Ética que nos teníamos que saber de memoria y a la hora de los exámenes sorpresa teníamos que contestar al dedillo lo que decía el cabrón libro ése. Si alguien no entregaba la hoja del examen al momento que se tenía que entregar, se la pelaba totalmente, me tocó ver a muchos compañeros que se humillaban y suplicaban con tal de que Benito recibiera la maldita hoja.

Bueno, total, ocurrió un día en que el maestro estaba sobre la tarima dando la clase, y caminaba de allá pa acá y de acá pa allá cuando de pronto el muy guey se tropezó. Sus ojos se abrieron enormes, sus manos buscaron nerviosamente de donde agarrarse mientras -en cámara lenta- su torpe cuerpo se dirigía hacia mi (yo como buen nerd me sentaba hasta adelante). ¡Cuaz! su frente dió de lleno con una de las patas de mi banca de madera y su tonto cuerpo cayo pesadamente frente a mis pies. ¡Este era el momento de cobrarnos de todas las que no había hecho! ¡Era ahora cuando teníamos que ridiculizar al demonio caído! ¡¡¡¡Era ahora o nunca!!!!

Y ocurrió algo que nos sorprendió a todos hasta mucho tiempo después. Nadie dijo absolutamente nada, ni una risilla, ni un "¡en la madre!", ni... ni... ni ¡Nada! Algunos nos levantámos en friega preocupados por el pinche guamazo que se había puesto Benito. Nos acercamos a ayudarle, pero el ni se inmutó, rechazó las manos que se le tendían. Se levantó tranquilamente, sacó su pañuelo y se quitó una manchilla de sangre que asomaba por la herida abierta. Y siguió dando su clase como si nada.

Y nos dimos cuenta de que lo respetábamos, porque aunque era un cabronazo; era un hombre que sabía lo que enseñaba, enérgico, maniático para hacernos aprender y después de lo que había pasado; lo respetábamos y admirábamos aún más. Por el resto del semestre me llegué a sentir honrado de que mi maestro se diera un putazo en la pata de mi banca. Así eran mis maestros del CUM.